Hace tiempo que veo en los diarios y
revistas mucha publicidad, y mucha proliferación
de locales de manicura en las ciudades de todo el mundo: pequeños
establecimientos con olor a esmalte que hacen las delicias de las mujeres, sean
ejecutivas o becarias, con precios inferiores a los quince euros. La manicura
se ha democratizado, dejando de ser una coquetería propia de privilegiadas, y
hoy iguala clases y condiciones a diferencia de los limpiabotas, servicio cada
vez más escaso y desfasado.
Una brigada de profesionales chinas o colombianas
-muy cotizadas estas- ha pasado a ser la solución benefactora para las manos de
las mujeres torpes o que andan demasiado atareadas para cortar sus pieles
muertas. Se sientan frente a ti, con la espalda encorvada, cuencos de agua
caliente y pequeñas toallas en el regazo mientras van tomando tus dedos, uno a
uno, entre sus manos silenciosas que exfolian, masajean y aplican gel
permanente.
A veces adviertes que su silencio no es blando sino azul, como los
blues. Y que bajo su bata blanca habita un cuerpo agotado y una vida subrogada.
¿Por qué el nuevo código estético puede tolerar casi
cualquier cosa -unas zapatillas deportivas, un piercing en la lengua, una orgía
de pulseritas roñosas-, pero difícilmente admite la visión de unas uñas
estropeadas?
La fiebre de la manipedi ha dado nuevos bríos al sector de los esmaltes
de uñas, con un crecimiento espectacular y un pantonario que va del azul pitufo
al amarillo Simpson, pasando por el rouge Chanel. Y no es fácil explicar este
boom en nuestros tiempos low cost, por mucho que las ciudades sean parques
temáticos colonizados por marcas globales y su uniformidad ha sido clonada de
norte a sur. Se calcula que en EE.UU. existen ya 17.000 puestos de manicura, y
en la modélica Nueva York el crecimiento es descomunal: tres veces mayor que en
Los Ángeles o Chicago. De hecho, The New York Times ha realizado un recuento
sorprendente: en un solo barrio del Upper East Side los nails triplican a los
Starbucks.
A las 8 de la mañana, cuenta la cronista, de maltratadas camionetas
Ford saltan mujeres en su mayoría asiáticas; el mismo estilo que con los
trabajadores de la construcción. Trabajarán entre 10 y 12 horas, y, si demuestran
capacidad, entonces puede que a los tres meses ganen entre 10 y 60 euros al
día. En algunos salones de Harlem deben pagar para beber agua. Mujeres pobres a
las que su supervisor les ha cambiado el nombre -Sherry o Betty en lugar de Ma
Lea- cortarán los callos y rebajarán durezas de los pies de algunas millonarias
con sandalias de Prada y diamantes de H. Stern. Hay quien dice: “Me he hecho
las manos”. Otras las pierden, en esa dinámica perversa que dilata la brecha
entre servidumbre y servicio.
fotos de internet. serán retiradas a petición
la vanguardia
6 comentaris:
Buena pregunta la que expones .
Quina ràbia fa que rere una feina aparentment sana i innocent, hi hagi una màfia que explota aquestes dones treballadores.
Miquel, no lo he dicho todo porque seria muy largo, pero resumimido se trata de esto. De una gran explotación que curiosamente lo invade todo , y estas pobres mujeres son esclavas de las mafias (como otros tipos de trabajo) tampoco se sabe el motivo por el cual hay esta "afición" desmesurada por cuestión de la manicura.
Salut.
Xavier, es increïble, perquè sí que és veritat que sembla una feina com un altre, i com a feina sí que ho és. Però ja hi som, aquesta gent els hi passa com la que cusen roba. És passen moltes hores a preus de semi esclavitud, i les tenen molt controlades, a l'extrem que quan no poden seguir fent la manicura, ja tenen un altra feina diferent però el preu és el mateix.
La verdad, no sé cuál es el motivo de que haya este culto a las manos y los pies. Hombre, lo bello a todos nos gusta, y cada cual es libre de utilizar los medios y posibilidades a su alcance para embellecerse. Lo único que yo destacaría es, lo que ya has dicho tú. ¿Qué hay detrás de este servivio callejero o playero? No olvidemos que también los masajes playeros están de moda y por el mismo perfil de mujer.
Creo que no deberíamos consumir estos servicios, no por las mujeres, que hacen lo que pueden, sino por las mafias que siempre buscan nuevas maneras de explotar a las personas. Y nosotros sabiendo o sin saber, con el consumo estamos colaborando a que proliferen estas actividades.
Una abraçada, Josep.
Montse, por lo que parece es un auténtico culto donde antes participaban las mujeres con dinero y ahora procuran ir todas o casi. Es cierto que lo bello a todos nos gusta, pero se tiene que anteponer esto a otras cosas de igual belleza? Es bonito un piercing en la lengua,o en otro sitio?
Evidentemente las mafias se aprovechan de ello y igual que estos talleres clandestinos de ropa hacen esto de la manicura a precios de semi esclavitud (lo que ganan ellas) porque un servicio a una señora sale entre 15 y 20 euros.Lo de las playas no se como funciona, pero no creo que puedan hacer muchos masajes aldia, la policia lo controla mucho.
Una abraçada.
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