entrada de Don Quijote en Barcelona |
El excelente estudio de Michael Eaude sobre Barcelona:
La ciudad que se reinventa (más sobre esto en breve) comienza con una cita
de Cervantes:
"Barcelona", exclamó Don Quijote,
es “archivo de la cortesía, albergue de los estranjeros, hospital de los
pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia
grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única.”
Los barcelonins, la gente de Barcelona, ronronean de placer cuando Cervantes, el más grande novelista de España, canta sus virtudes. Hay un problema, sin embargo. Don Quijote está loco. El noble caballero no distingue fácilmente la realidad de la fantasía. La verdadera opinión de Cervantes es tan probable que se exprese en las experiencias del Quijote como en esta alabanza exagerada.
Mientras tanto, Sancho Panza se pasea en una noche
de insomnio y topa con unos pies que cuelgan de los árboles. Don Quijote tranquiliza
a su escudero, que está aterrado ante esta fruta extraña:
" No tienes de
qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda
son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que
por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y
de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de
Barcelona.”
Después, Don Quijote llegó
a la playa y vio el mar por primera vez:
“Dio lugar la aurora al sol, que, un rostro mayor que el
de una rodela, por el más bajo horizonte poco a poco se iba levantando. Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron
el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto
más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las
galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se
descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y
besaban y barrían el agua...”
La pasión barcelonesa por el Quijote se inicia en 1607, con la primera edición conjunta de las dos partes de la novela, y continúa. El filólogo Martín de Riquer ha creado escuela con su visión renovadora de la obra y en la Biblioteca de Cataluña se halla la mejor colección cervantista del mundo.
Si hay una ciudad que verdaderamente ha
hecho suya la gran novela de Cervantes, ésa es Barcelona. El destino, desde
luego, es caprichoso, y si la segunda parte del Quijote se
iniciaba con el despiste de confundir esta localidad con Bruselas a la hora de
mencionar los lugares donde el libro se había ido reimprimiendo sin cesar
("si no, dígalo Portugal, Barcelona y Valencia", aseguraba el
bachiller Sansón Carrasco a Don Quijote), pues por entonces todavía no había
aparecido ninguna edición barcelonesa, lo cierto es que el tiempo ha venido a
darle la razón.
Y
se la empezó a dar muy pronto, aunque los pasos iniciales fueran un poco
lentos. En 1617, tres avispados libreros barceloneses, Miguel Gracián, Juan
Simón y Rafael Vives, encargaron a los impresores Sebastián Matevad y Bautista
Sorita la primera edición conjunta de las dos partes de la novela, para que los
lectores pudieran disfrutar, de principio a fin, de las aventuras de Don
Quijote y Sancho.
Veinte
años después, todas las nuevas ediciones imitarían esa iniciativa. En 1704,
otro librero de Barcelona, Raimundo Bons, encargó al impresor Martín Gelabert
una pulcra edición de la obra. La cosa, en sí, no resultaría especialmente
llamativa de no ser porque para realizarla se acudió al selecto entorno de la
Acadèmia dels Desconfiats (germen de la actual Real Academia de Buenas Letras
de Barcelona) para hacerse con un ejemplar de la primera impresión. Era,
también en esta ocasión, la primera vez desde 1605 que alguien acudía a esa
primera edición para reimprimir la novela, de lo que se deduce que, también
como novedad, el Quijote se empezaba a considerar un libro clásico.
Más
adelante vendrían las magníficas ediciones de Londres (1738, 1744, 1755,
1781...) y de Madrid (1780, 1781, 1787...), realizadas con mayores medios y por
los grandes especialistas del momento, que reafirmaron esa apreciación, pero a
todas ellas se adelantó la habitualmente olvidada impresión barcelonesa de
1704.
Sin
embargo, a la vez que un libro clásico, el Quijote era asimismo un libro
popular, y en ese sentido Barcelona también desempeñó un papel muy importante
en su constitución como tal, pues fue en esta ciudad donde, por primera vez en
España, se empezó a editar con esa perspectiva. En efecto, una vez más, la
novedad la aportaron los impresores de los Países Bajos, quienes tuvieron la
idea de reducir el formato de los volúmenes y dividir la obra en cuatro
tomitos, de manera que su manejo fuera muy cómodo. Además, para hacer más
agradable la lectura, la acompañaron de unos sencillos grabaditos al boj. Ésa
fue la inspiración que recogió el impresor Juan Jolís en 1755, cuando publicó
el primer Quijote español en formato de bolsillo. Y, una vez más, la iniciativa
fue imitada casi de inmediato por muchos otros impresores.
Conformadas,
así, las dos grandes tradiciones en la publicación de la obra, la del libro
popular y la del libro clásico, Barcelona se apresuró a hacerlas suyas poco a
poco. El verdadero inicio de esa actividad se produjo a mediados del siglo XIX
y, desde entonces, no ha cesado. Por una parte, desbancó a las grandes empresas
editoriales de París (Garnier, Baudry), Leipzig (Brockhaus) o Nueva York
(Appleton) en la elaboración de ediciones de surtido para el mundo hispánico.
Estas reimpresiones baratas, que se iban reponiendo constantemente en las
librerías para satisfacer la demanda cada vez más amplia de los lectores, se
elaboraron fundamentalmente en los establecimientos barceloneses de Plus Ultra
(desde 1857), Espasa (desde 1869), Obradors y Sulé (desde 1876), la
Administración Nueva de San Francisco (desde 1883), Tasso (desde 1891), Maucci
(desde 1895), Sopena (desde 1905), Araluce (desde 1913), Juventud (desde 1926),
Molino (desde 1945)
...
Por supuesto, aparecieron ediciones populares del Quijote en muchas otras
ciudades (pienso ahora, por ejemplo, en las de Hernando o Calleja,
frecuentemente reimpresas), pero ninguna de ellas pudo competir con el volumen
de producción de Barcelona.
Paralelamente,
con los medios que requería un libro clásico (gran formato, buena estampación,
excelente papel, la colaboración de ilustradores de renombre), la industria
editorial barcelonesa empezó a producir un buen número de impresiones que
abastecieron las más selectas bibliotecas de todo el mundo hispano. Así es como
aparecieron las ediciones de Juan Aleu y Fugarull (1879, con ilustraciones de
Apel·les Mestres), de Montaner y Simón (1880, con láminas de Ricardo Balaca y
José Luis Pellicer), de Miguel Seguí (1897, con ilustraciones de Jaume Pahissa
y Artur Seriñá), de Francisco Seix (1898, con láminas de José Moreno Carbonero)
o de Salvat (1916, con ilustraciones de José Urrabieta Vierge). El éxito de
estas obras de lujo fue tal que se fueron reimprimiendo sin parar hasta bien
entrado el siglo XX.
También
a lo largo del siglo XIX, Barcelona se puso a la cabeza de la investigación
filológica sobre el Quijote. La modesta impresión de Antonio Bergnes de las
Casas, publicada en 1839, fue la primera en restaurar las palabras de Cervantes
censuradas por la Inquisición. En 1859 (tras un primer intento, fracasado, en
1832), Tomás Gorchs realizó la primera edición verdaderamente crítica del
texto, para la que cotejó sistemáticamente un buen número de impresos antiguos.
Entre 1871 y 1879, Francisco López Fabra, inventor de la
"foto-tipografía", publicó el primer facsímil de las dos partes del Quijote,
que contó con el respaldo intelectual del Ateneo y de la Real Academia de
Buenas Letras de Barcelona.
Los
facsímiles de 1605 y 1615, además, se completaron con una pionera Iconografía
del Quijote y, sobre todo, con Las 1633 notas, de Juan Eugenio Hartzenbusch, es
decir: lo que quedaba del gran proyecto, frustrado años atrás, de una gran
edición crítica promovida por la Real Academia Española. Antes de acabar el
siglo, en 1895, el barcelonés Leopoldo de Rius inició la publicación de la
primera Bibliografía crítica de las obras de Miguel de Cervantes Saavedra, que
culminaría con la aparición de su tercer volumen en 1905.
Con
el nuevo siglo, el interés filológico por el Quijote se desbordó. Contribuyó a
ello, sin duda, que en 1915 el bibliófilo Isidro Bonsoms cediera su
extraordinaria biblioteca al Institut d'Estudis Catalans, germen de la actual
Biblioteca Nacional de Catalunya, donde se custodia la mejor biblioteca
cervantina del mundo. Al fin y al cabo, fue con los libros de Bonsoms con los
que Clemente Cortejón y sus discípulos del Instituto de Barcelona (Juan Givanel
o Juan Suñé, por ejemplo) pudieron efectuar su monumental editio variorum,
publicada entre 1905 y 1913, primera de estas características.
Pero
el cervantismo barcelonés del siglo XX tiene nombre propio: Martín de Riquer.
En una época en que el Quijote se veía zarandeado por interpretaciones
sociales, políticas, metafísicas y estilísticas de todo tipo, maravillan su
serenidad y buen hacer a la hora de estudiarlo. Sus ediciones anotadas, siempre
renovadas de 1944 a 1990, se convirtieron en una guía imprescindible para
generaciones de estudiantes. Y sus ensayos, desde la brevísima y magistral Aproximación
al 'Quijote', de 1957, hasta Para leer a Cervantes, de 2003, rebosan de datos
interpretativos, fruto de una lectura desapasionada y, sobre todo, rigurosa de
la obra. No se puede pedir más.
El
relevo de Riquer lo han tomado ahora dos de sus discípulos. Alberto Blecua
acaba de publicar una magnífica edición, orientada al mundo universitario, a la
que se puede augurar una acogida sobresaliente durante los próximos años.
Francisco
Rico, por su parte, ha centrado su investigación en el esclarecimiento de cuál
fue el verdadero texto escrito por Cervantes, corrompido por amanuenses,
tipógrafos... y por el mismo autor, que no siempre revisó su obra con la
necesaria atención. Los resultados de ese trabajo, aparecidos primero en 1998 y
posteriormente, en una versión muy corregida y ampliada, en 2004, han permitido
leer muchos de los pasajes de la novela por primera vez tal y como fueron
escritos hace 400 años.
Y
esa labor filológica se ha visto acompañada por la publicación en 2005 de dos
libros complementarios: Quijotismos, centrado en el análisis de lo que ha sido
la caótica investigación tradicional sobre esta obra, y El texto del 'Quijote',
por desgracia mucho más citado y elogiado que bien entendido, y cuyo subtítulo
no puede ocultar el amplio y esperanzado horizonte de expectativas con que se
ha realizado: Preliminares a una ecdótica del Siglo de Oro. Así, con la mirada
puesta en el futuro, es como la escuela de cervantistas de Barcelona ha
empezado a andar en los primeros años del siglo XXI.
Fotografias cedidas del archivo Barcelona antigua. de Mª Trinidad Vilchez Estas y muchas más, las encontrareis su blog Muchas gracias.